ruidos de guerra
Me levanto alerta y voy raudo a la ventana. Un estruendo capta mi atención, parece que se ha venido abajo un edificio. Me asomo y sólo veo más gente como yo, preocupada, preguntando en la calle o mirando de reojo desde las alturas. Pasa un rato y vuelve el estruendo, esta vez mucho más claro de identificar. Un avión, ¡claro! un avión militar, mañana tienen exhibición.
El 2 de junio es el día de las fuerzas armadas y tienen preparado simular un rescate en el mar. Ya se encarga Arturo Pérez-Reverte de subrayar casi todas las semanas esa especie de lavado de cara que le aplican a los militares. Ahora todos son rescates, labores humanitarias, de reconstrucción y como diría el grande, de dar la teta y biberones con leche Pascual a los hambrientos llegado el caso.
Hoy sin embargo no me hizo ninguna gracia oir estos ruidos de guerra. A los más viejos se les habrá puesto la piel de gallina al oir el estallido del mortero o el trueno del avión bélico. En sus tiempos implicaban un monte abierto sino una casa, salir corriendo, refugiarse, pasar mucho miedo.
Llevan unos días reclutando en el paseo de Begoña, tienen un autobús muy mono y a ritmo de Ricky Martin te animan a unirte a una fiesta, te animan a que te alistes. Lo vas a pasar de bien que te cagas.
Un amigo me decía el otro día que les obligaban a donar sangre. Hasta ayer no me di cuenta que lógicamente llegado el caso de que los necesitásemos, ellos serían los primeros consumidores del líquido rojo. Tanto caló en mí el mensaje carnavalero y humanitario de la profesión que ni había reparado en ello.
Mañana les toca exhibición. Mañana toca apretar los dientes. Que se vayan pronto y que no vuelvan. Ni ellos ni los de ninguna otra bandera. Y si tienen que volver que sea para lo mismo otra vez, para simular.
El 2 de junio es el día de las fuerzas armadas y tienen preparado simular un rescate en el mar. Ya se encarga Arturo Pérez-Reverte de subrayar casi todas las semanas esa especie de lavado de cara que le aplican a los militares. Ahora todos son rescates, labores humanitarias, de reconstrucción y como diría el grande, de dar la teta y biberones con leche Pascual a los hambrientos llegado el caso.
Hoy sin embargo no me hizo ninguna gracia oir estos ruidos de guerra. A los más viejos se les habrá puesto la piel de gallina al oir el estallido del mortero o el trueno del avión bélico. En sus tiempos implicaban un monte abierto sino una casa, salir corriendo, refugiarse, pasar mucho miedo.
Llevan unos días reclutando en el paseo de Begoña, tienen un autobús muy mono y a ritmo de Ricky Martin te animan a unirte a una fiesta, te animan a que te alistes. Lo vas a pasar de bien que te cagas.
Un amigo me decía el otro día que les obligaban a donar sangre. Hasta ayer no me di cuenta que lógicamente llegado el caso de que los necesitásemos, ellos serían los primeros consumidores del líquido rojo. Tanto caló en mí el mensaje carnavalero y humanitario de la profesión que ni había reparado en ello.
Mañana les toca exhibición. Mañana toca apretar los dientes. Que se vayan pronto y que no vuelvan. Ni ellos ni los de ninguna otra bandera. Y si tienen que volver que sea para lo mismo otra vez, para simular.
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