Me pongo a abrir viejos sobres, buceo entre recuerdos, distingo entre la letra impresa el reflejo de aquél que fui y que no está muerto sino latente, encerrado ya en ese hueco en el que se arrinconan los recuerdos listos para desaparecer con nosotros incapaces de alzarse protagonistas.
Una mirada nerviosa, la voluntad anulada, decir
hola es más duro que levantar la muralla china. Unos ojos que son los más bonitos del mundo, una voz maravillosa, una nariz tallada por las manos de Dios, un cuello imponente y debil, tierno y apetecible que nace de unos hombros que muchos bustos quisieran para sí. Agarrarte la mano y sentir que se funde con la mía. Convencido de haber nacido para estar juntos, para vivir juntos, para morir juntos, para que no se te borre la sonrisa. Para darte un beso si me dejas.
La vida igual que su pariente más cercano: el día, tiene una mañana, una tarde y una noche. Cuando llega la noche, con ella llega el frío, la pérdida de la claridad y el fin de su existencia. Con la noche y su frío se entumecen las manos que pierden el tacto, con la noche y su oscuridad se difuminan las figuras y se apagan los colores.
Que sepas que te quiero, aunque no te lo diga muy a menudo.