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jueves, mayo 11, 2006

el verano

La carta era suya, lo reconocí por la letra en las señas. Me quise asegurar mirando el remite. En blanco. No cabe duda: es él.
...

Me paso el día mirando por la ventana. La vista es magnífica, nunca me canso de ella pero me atrapa en mi inmovilismo. No me quiero quedar quieta. Quiero conocer.
Sería injusto no compartir la vista. Desde la cama —sin necesidad de levantarme— y desde la silla desde la que devoro libros que devuelvo a la vida y que generosamente me recompensan, se aprecian imponentes los árboles que pueblan mi jardín, el huerto que cultivan mis padres y el corral donde inquietas corretean las gallinas. El paisaje rompe poco después en un bache de la orografía; me impide ver dónde mueren las olas pero me permite ver el mar, de él me llega su brisa y me refresca su aroma.
Este verano por fin me voy de viaje. Mamá me ha regalado un mes en una escuela de Burdeos. Mi padre ha consentido. Ya hago veinte años.
Estoy segura que no me va a decepcionar. Consciente de que toda imagen que tengo me viene de lo que me ha relatado Bea y desconfiada de su descriptiva, sé que soy de las que no se deja entristecer fácilmente; golpes me ha dado la vida, pero los libros me han enseñado a minimizarlos sólo con exponerlos a la simple comparación de las grandes tragedias que narran o gracias a su digestión rápida cuando los normalizan. También me han enseñado a ver valientes guerreros donde sólo hay árboles o curiosos personajes de circo donde sólo hay gallinas. No estoy loca, me trabajo mi felicidad.
Con Burdeos haré lo que haga falta para que no me decepcione. No me tomaré las experiencias de Bea al pie de la letra.
Hace dos años salí con un chico. Un poco cabrón. Pero Dios sabe que le quería. Me dejó él. Se fue a no sé dónde. No lo podía decir.
Misterio, físico, aventura. Lo tenía todo. Aunque me lo dosificaba en raquíticas raciones.
Ya estoy recuperada. Los libros me han ayudado. Cuántas chicas —y chicos— han padecido situaciones mucho más trágicas que la mía. No me convenía, o eso decía mi madre. Mi padre nunca llegó a enterarse.
Hoy me río con esa promesa de irnos juntos un verano. Ya me diría cuál. Aún sigo esperando.

—¡Marta! ahí viene el cartero. Baja a ver si tenemos correo.

Ya voy mamá.